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ARROZ CON MANGO

LA PULPA

LIZT ALFONSO: LA QUE SE QUISO MORIR

LIZT ALFONSO: LA QUE SE QUISO MORIR Ella no nació baja de peso ni con problemas respiratorios. Su única desgracia fue la ocurrencia de su madre de querer ponerle, como nombre, el apellido del afamado pianista húngaro que tanta paz le daba al escucharle, mientras su grávido vientre crecía cual enorme calabaza donde una niña dormitaba
¿Ponerle Lizt? ¡Usted está loca! Dijeron en el hospital y ese día no la inscribieron. La recién estrenada mamá se negaba a ceder en su deseo y pronto comenzó todo un proceso de negociaciones.
Luego de largas discusiones, y hasta clases de música, los del Registro Civil accedían a que se le pusiera Liz. Ella no transigió y de mala gana —quizás pidiéndole perdón por tal blasfemia al compositor del Romanticismo del XIX— accedió a que quitaran del medio la zeta. Finalmente, su nombre quedó registrado como List Herrera Alfonso.
Los escribanos no sabían idiomas. Creyeron haber ganado la pelea  e hicieron el ridículo. Acababan de darle por nombre a la recién nacida un vocablo que en Inglés significa: lista…Y  creo que no se equivocaron si se le tiene en su segunda acepción como sinónimo de inteligente.
“Después —comenta la bailarina con picardía infantil— cambié la ese por la zeta, para acercarme más al espíritu y al genio de Franz; y Laura Alonso quiso que asumiera como apellido el de mi madre porque decía que Alonso y Alfonso rimaban y ella quería tenerme siempre cerca de ella.”
La tarde en que concertamos la entrevista pensé que entraría por la puerta de mi casa una gacela llena de glaumor, quizás con turbante y gafas oscuras para cuidar del sol los bordes de sus ojos, o con un chal enredado trágicamente a su cuello a lo Isadora Duncan. Nada de eso. Llegó más cubana que Juana y convirtió el rito de las preguntas en una rueda de casino donde la anécdota y el dicharacho hicieron enrosque con la más profunda reflexión.
—Son los hijos, muchas veces, la suma de sus padres. ¿Qué tomó de uno y del otro para formar su propia personalidad?
—De mi papá, la fortaleza de carácter. Tengo sus mismos arranques, los que mi madre fue dosificando con el tiempo porque nunca creyó en eso de que uno es como es. Dice que los defectos se pueden corregir con tiempo, paciencia y persistencia. Ella me dejó su dulzura y comprensión maternal, aunque, a decir verdad, creo que, por encima de ambos, yo soy el resultado de mi abuela. Una profesora de Español y Literatura que me enseñó a amar el arte y a leer, desde pequeña, a los clásicos. Murió cuando yo tenía 17 años, después de saber que  había logrado ingresar en el Instituto Superior de Arte. Y si supieras, fue un día negro para mí, pero he hecho de él un paréntesis. ¿Qué había allí en el funeral? Un cuerpo y nada más. Sin embargo, ella está siempre conmigo. Siempre.
—¿Era una niña de miedos por la noche?
—No, fui una persona muy segura de mí misma, muy decidida. Tanto es así que a los cuatro años ya sabía lo que quería ser. Solo que cuando no podía conseguir algo me tiraba en una cama y decía: “¡Me quiero morir!”
—Y se tiró a morir el día en que le dijeron que no tenía aptitudes para el baile.
—Sí.
—Los niños no tienen sentido del equilibrio, quizás por eso se marean tan fácilmente y las alturas o las velocidades les dan vértigo. Para ellos las cosas son buenas o malas, negras o blancas. No conocen de matices. ¿Pensó entonces en suicidarse?
—No de una forma expresa, aunque mis acciones lo denotaran. Recuerdo que llegué a mi casa después que sucedió eso, me acosté con la cabeza tapada y me dije: “No voy a comer más, no me levanto nunca más. Aquí se acabó todo.” Creo que sí, que era esa una manera infantil de suicidio.
“¡Imagínate lo preocupada que estaba mi familia! De ese día sí me acuerdo clarito. Todo el mundo se fue a la calle a hacer gestiones para que la niña lograra su sueño de ser bailarina.
“Así me llevaron al sicoballet a hacerme exámenes de conducta. List no podía estar bien de su cabecita. No era normal esa empecinada actitud en una niña de ocho años. Y luego de varias pruebas, la doctora Fariñas y Laura Alonso me sentaron frente a mi madre y le dijeron: ¢Señora, la única enfermedad que padece su hija es que, a su edad, tiene una vocación muy definida.¢

—Y Laura Alonso le salvó la vida cuando le dijo que, si usted se lo proponía, llegaría a bailar…
—Sí. Y a partir de ese momento es una persona que ha influido mucho en mi vida. Yo creo que gran parte de lo que soy se lo debo a la fortaleza y a la seguridad que siempre me dio.  Claro, soy también el resultado de muchas personas, de maestros excelentes, de una familia que me apoyó siempre en todo. Cuando llegaba a casa y me encerraba porque me habían dicho que era muy mala o muy flaca, ellos me ayudaban a reflexionar. “¿Hay algo que se resuelva con llanto? No. Si quieres enciérrate en el baño y empieza a llorar, y desahógate, pero después piensa en cómo vas a solucionar el problema”, me decían.
—¿Se sintió fea en algún momento?
—Si supieras, nunca me he sentido fea. No soy mujer que reúna los parámetros de curvas y carnes a los que aspira cualquier macho cubano. Yo sé que no soy bonita, pero sí interesante. O al menos a los ojos de quienes yo quiero que me vean así.
—Sé que usted ha sobrevivido a muchas guerritas y muchos traspiés en el camino, ha bailado siempre mirando al frente y por encima de las mezquindades humanas…
—Es como una especie de karma en mi vida, en que no puedo llegar a ningún lugar por la vía recta. Nada me ha sido fácil.  Pero creo que esto es algo inherente a todo artista. Revisa las biografías de los clásicos para que veas. Además, creo que de esa manera se disfruta más los éxitos que se obtienen.
“Y fíjate si es así, que nosotros hemos transitado a la inversa de la lógica de todas las compañías. La mayoría se crea y luego desarrolla un trabajo. Nosotros no. Surgimos por una necesidad propia de expresión artística y, al cabo de los nueve años, fue que obtuvimos el reconocimiento oficial. El día que me llamaron por primera vez Directora me eché a reír. Me daba gracia porque no me encontraba dentro de esa piel. Para el Ballet de Lizt Alfonso esos nombramientos solo han sido una manera de transitar.”
—En una presentación en Ciego de Ávila, a una de las muchachas de su compañía se le cayó la flor del pelo y usted la sancionó a no bailar en la próxima función. ¿No teme a que, como ha ocurrido con otras figuras de la danza, se le acuse de tirana implacable?
—Las cosas no son tan sencillas como parecen. En una de las últimas actuaciones tuvimos que reducir el tiempo entre un cambio y otro. A una de las bailarinas se le cayó la sayuela en la escena y yo no le dije nada en lo absoluto porque era evidente que había una causa justificada. Pero si tú tienes tres horas para colocarte una flor y luego se te cae por un problema de descuido hay que dar un escarmiento. En primera, es una falta de respeto al público que paga para recibir calidad y, después, a tus compañeras. Increíblemente, un detalle puede echarte a perder un espectáculo, puede desconcentrar al público durante toda la función.
“A veces he adoptado la medida de manera unilateral, otras colectiva, y otras no he sabido siquiera qué hacer. Me he echado a llorar entonces y he dicho: ¢En este momento solo le pido a Dios que me diga cuál es el camino que debo tomar y Él nunca me ha fallado.¢

—¿Tuvo usted formación religiosa?
—Sí, mi mamá y mi papá eran científicos cristianos. Y hoy, aunque no practico, me considero una persona religiosa.
—Las mujeres prefieren a los hombres como jefes. ¿Es difícil dirigir un colectivo femenino?
Dirigir a mujeres es dificilísimo. Pero a los hombres tampoco les gusta que los dirija una mujer. Hay mucho tabú todavía. Mas, por encima de toda complejidad humana, nos une un objetivo común. Puede ser que estemos en desacuerdo acerca de las vías para alcanzar algún propósito, sin embargo, todas luchamos por desarrollar un concepto danzario que nos distinga, por llegar a un punto común y eso nos salva.
—Conozco la historia de un fotógrafo que la llevó a Nueva York exclusivamente para hacerle una sesión de fotos.
—No, no fue un fotógrafo, sino nuestro agente de World Art. La agencia contrató a un maestro del lente y yo me fui con cuatro bailarinas a hacer el trabajo. Él hacía repetir un movimiento hasta lo indecible. Tomaba imágenes. Las revelaba y luego decía, “esto sí, aquello no. Vamos a repetir esta pose”.
 “En un momento dado yo me dije: ¢Voy a ayudar¢, y me vestí para posar. Tuvimos de inmediato, entre los dos, una química muy interesante y llegó un instante en que me dijo: ¢No me des más que me vas a matar.¢
Él quedó maravillado con nuestra energía y deseos de colaborar. Dice que había trabajado con muchos artistas que se autoproclamaban profesionales, pero que nunca había chocado con un profesionalismo tal.”
—Uno de los síndromes de la danza es la deformidad de los pies. ¿Qué es más difícil de enseñarle una bailarina a un hombre, los pies o los senos?
—Yo no tengo complejos. Soy como soy. Hay gente que me ha dicho: “Mira, tienes este dedo así o asao.” Y yo le he respondido: “¿Ah, sí?” Solo cuando era niña me preocupaba un poquito porque era narizona y me dijeron que me operara. ¿Pero arriesgarse a modificar algo que así funciona…? Tendrías que preguntarle a mis muchachas a ver qué te dicen.
—Muchas bailarinas sacrifican los hijos por la profesión. ¿Llegan a sustituirse por los alumnos? ¿Es su caso?
—Pienso que no. Como dice una amiga, lo único que uno tiene como propiedad indiscutible son los hijos… hasta que crecen. Lo que sucede es que se llega a querer a los alumnos como si fueran carne de tu carne y te metes tanto en la problemática de cada uno de ellos que quieres solucionarles la vida, y eso es imposible. Considero que las bailarinas deben tener, al menos, un hijo para su realización completa. A mí me ha cogido un poquito tarde, pero pienso recuperar el tiempo perdido.
—¿Nació maestra o considera que ese status es la solución salomónica para cualquier bailarina que pretende disimular que envejece?
—Nací coreógrafa. A los siete años comencé a proyectar mi primera coreografía y a los nueve la realicé. El magisterio es una experiencia fabulosa y pienso que nada tiene que ver con la edad. Yo empecé a los 23 años. Hay bailarinas que se hacen maestras cuando no pueden más, pero entonces lo hacen con frustración y resentimiento porque lo que quisieran es seguir bailando, y no por compartir y transmitir esa experiencia escénica que has conseguido y que puede acortarles el camino a otros.
“El maestro no puede guardarse nada para sí. Eso es absurdo. Dios te da para que tú des y siempre recibes cosas nuevas. En ocasiones, al terminar un espectáculo, alguien se me ha acercado y me comentado: ¢¡Te quedaste vacía! ¿Y ahora qué vas a hacer?¢
Y no saben que ya estoy soñando con el próximo montaje, porque el que comparte cosas buenas siempre recibe su pago. No hay nada más mágico que ver cómo tus alumnos mejoran y te mejoran, y te superan. Es un orgullo auténtico e inexplicable. Es como si te perpetuaras en ellos.”
—Dijo Quevedo: “La envidia anda flaca y amarilla porque muerde y no come.” ¿En el controvertido mundo artístico, se ha sentido Lizt  mordida alguna vez?
—El que siente envidia es quien se enferma, no uno. Lo malo es cuando ese terrible sentimiento se convierte en agresión. Pero si vas por buen camino y obras con justicia, ni siquiera te toca. El envidioso cava su tumba.
—Cito ahora a Miguel de Unamuno: “Solo el que sabe es libre. Y más libre, el que más sabe. Solo la cultura da libertad. No proclama la libertad de volar, sino da alas. No la de pensar, sino da pensamiento. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura.” ¿Cómo interpreta el momento tan especial que vive Cuba ahora?
—Durante años se perdió mucho tiempo y nos dimos cuenta de que no se hizo lo que se debió. Lo que pudo ser un proceso lógico de gatear primero, luego caminar y después correr, se ha tenido que violentar para ganar lo perdido. La voluntad que existe por desarrollar una cultura integral es buena, ahora falta por ver si los resultados que se obtengan se corresponden con esa voluntad. Y eso depende de la sensibilidad de quienes tienen la responsabilidad de guiar este proceso, porque muchas veces los seres humanos echamos a perder las buenas intenciones con nuestra mediocridad. El talento está donde menos puedas imaginarte. Solo es cuestión de tener vista para desenterrarlo y darle alas. Hay que tener un tino exquisito para guiar el desarrollo de lo que se está proponiendo en   política cultural, y luego ejercer algo que no abunda en nuestro país: el seguimiento a lo iniciado. El momento no es de acomodarse. Es de trabajar. Es la única manera, como escribió  Martí, de ser libres.

ADRIANA, LA NOVIA QUE ESPERA

ADRIANA, LA NOVIA QUE ESPERA Mi amado es para mí un manojito de mirra,
Que reposa entre mis pechos.”
Cantares 1:13
ADRIANA no es uno de esos trágicos personajes de Lorca que pierde la vista en el camino, bajo la luna cómplice, sin la esperanza del regreso de su amado.
Adriana Pérez O’Connor es la mujer de Gerardo Hernández, uno de los cinco cubanos presos, de manera injusta, en cárceles norteamericanas por haber querido ser, desde las sombras, vigía contra quienes pretenden, desde allá, ahogar nuestras palmas.
Adriana, como la gacela, sueña el salto al reencuentro con su amor con misma pasión  de la amada de los Cantares. Porque, por boca del propio Rabindranath Tagore, ella, desde lo más profundo de su corazón, también afirma: “Amor, cuando vienes trayendo en la mano la encendida antorcha del dolor, puedo verte el rostro y comprendo que eres la felicidad.”
La tarde en que conversamos no era Adriana una muñeca rota, sino el azahar que, asomado a la ventana, goza la premonición divina del toque de un rayo de sol.
“Gerardo no lo sabe, pero yo me he encerrado por horas en el baño para acercarme a su agonía. He querido imaginar esos siete años de cárcel después que uno conoce que han estado confinados a esas celdas de castigo —dice, mientras María Teresa Vera le sitia la mirada y canta desde su alma herida “La luz que en tus ojos arde…”
“Uno ve las películas. Uno lee libros, pero eso no es ni remotamente un acercamiento a su realidad. He intentado hacerlo no para probar la voluntad de esos héroes, sino su capacidad humana…”
—A sabiendas de que en el momento que lo desees puedes abrir la puerta del baño y salir.
“Exacto. Y es ahí donde entra a jugar el factor sicológico. Se trata solo de una aproximación, pero, en verdad, nunca llegas a saber la magnitud del hecho. Ese es uno de los grandes méritos de los cinco. En que no exteriorizan nunca una queja. Para ellos la clave es poner mente y corazón en función de que van a ser liberados, que solo es una situación transitoria y hay que aprender a convivir con los mínimos daños de la soledad, la celda de castigo, las elementales ausencias de la separación, de ver crecer los hijos sin estar presentes o, como en el caso de Gerardo y yo y de Fernando y Rosa Aurora, de no poder tenerlos. Muchas personas, de manera solidaria, se acercan abrazarme y tratan de comprender mi pena, pero no saben, realmente, lo que es estar sola y acostarte sin él. Imaginarlo es algo bien diferente a vivirlo en carne propia.”
—Entonces, ¿a qué ángeles queda prendida Adriana cada noche, al cerrar su puerta sobre el precipicio de la soledad?
“A la imagen de Gerardo. Al sueño de tenerlo conmigo y al futuro que preparamos todos los días. Con esa añoranza, con ese deseo, con esa voluntad me salvo. Sobre todo con el amor que seguimos transmitiéndonos y se sigue guardando, como el vino que se añeja, para el momento exacto en que podamos beberlo juntos, con toda intensidad.
“Aunque no hay comunicación física tenemos una interacción increíble. Cada uno sabe lo que el otro está pensando. Nuestras cartas se cruzan con respuestas aún cuando no hayan llegado antes las preguntas. Y el secreto de esta empatía está en la manera con que hemos construido estos 19 años de una relación basada en el más absoluto respeto, en las veces en que uno cede frente al deseo del otro, no por imposición sino por el gusto de complacer, respetando siempre la identidad de cada cual.
“Yo digo que él es mucho más cariñoso que yo. Me expresa el amor con gestos, con caricias, con mimos. Yo lo hago con un detalle, una mesa bien servida o una toalla con olor a hervidura. Son diferentes formas de entregarnos. Pero siempre le doy gracias por ser el jardinero perfecto de mi jardín. Mi única misión es devolverle su propio abono, enriquecido cada día con toda mi fortaleza y toda mi fidelidad.
“Gerardo me dice a cada rato: Mi amor, qué tú has hecho para que yo me rinda a tus pies. Y siempre le respondo: Lo mismo que hiciste tú para rendirme a los tuyos.”
—¿Es de cartón esa sonrisa que sostienes, todo el tiempo, ante las cámaras y los fotógrafos?
“Es el resultado de algo más profundo. Es el resultado del derecho a reir, a seguir viviendo; del derecho a mantener el optimismo frente a quienes, desde la otra orilla, quieren humillarte. Sonrío porque a Gerardo le fascina mi sonrisa y yo la disfruto. No hay necesidad de expresar a toda hora el dolor que llevas dentro. Hay penas íntimas que yo me doy el derecho, todavía, a seguir guardando aunque haya que abrir su corazón en esta campaña por traerlos de nuevo a la Patria. Se puede llorar en público o a solas, pero no puedes permitir que nadie te arranque la esperanza.”
—Eres una mujer hermosa e inteligente. ¿No te ha confesado Gerardo si en algún momento ha temido perderte en esta carrera contra el tiempo?
“Gerardo vive seguro de mi amor y de mi fidelidad. Siempre hemos dicho que nuestra relación no es un pacto de compromiso, de lealtad obligada, incluso ni político. Es, sencillamente, un pacto de amor y si algún día fallara, estoy convencida de que seguiríamos amándonos en silencio aunque tuviéramos, cada uno, que tomar caminos diferentes. Pero te aseguro eso no va a suceder y nunca hemos pensado esa posibilidad. Al contrario, cuando todos los días planificamos el futuro es porque  existen bases sólidas que nada ni nadie podrán destruir.
“Yo vivo enamorada, como nunca, del hombre que amo, del hombre que elegí, del que ha madurado mucho más desde el punto de vista humano, sicológico y profesional. Pero, sobre todo, político. Y es que juntos hemos construido valores nuevos y sostenemos aquellos que aprendimos de nuestra sociedad. Lo que hoy hago por la liberación de Gerardo y sus compañeros haya su mejor raíz en ese amor que nos juramos un día y que no va a claudicar.”
—Adriana, ¿domada por la soledad?
“Resulta paradójico. Son pocos los momentos en que me he sentido sola. Yo no te puedo decir, exactamente, que he estado sola. Para mí Gerardo está presente en todo. Y cuando me preguntan digo que está lejos, pero no ausente. Él me ha enseñado a vivir cada día como si fuera el último.
“Y es cierta su presencia diaria a través de una carta, una postal, una llamada telefónica, un detalle en la casa. Hay lugares a los cuales yo he prometido no volver si no es con él, porque en ellos vivimos momentos muy lindos o experiencias únicas o, así de simple, porque forman parte de nuestra vida natural de aquellos años y de aquella época y, por lo tanto, nos pertenecen a los dos.
“Pero te mentiría si no te digo que es como un agujero eso de no sentir su pecho contra mi espalda en las noches, de no poder compartir un libro o una película, incluso de discrepar en algún tema o hablar de algo tan simple y trivial como escoger la ropa que nos vamos a poner al otro día. Sabes que preparas una comida que él no va a disfrutar y te preguntas para qué cocinar, o preparas el flan que sabes que tanto le gusta y eso no es fácil…”
—Incluso, creo yo, que debe sofocarte cierto desgano a la hora de vestirte…
“Eso me ha pasado muchísimo. Sobre todo cuando, como decimos, el gorrión se te posa en el hombro. Y a veces es más fácil acostumbrarnos a él que espantarlo. Te levantas y te dices: Me queda un día completo por enfrentar y cómo lo voy a hacer. Pero hasta para estas situaciones Gerardo me ha dado estrategias: Párate frente al espejo. Date un par de galletas. Sonríe. Arréglate como si fueras a encontrarte conmigo y siéntete alegre. Son los momentos en que necesitas más de los amigos y, por suerte, los tienes a mano.
“Hace poco me envió una postal preciosa, hecha por él, llena de muchos corazones, muchos colores y muchos mensajitos escritos de su puño. Me llamó y me dijo que  era su amuleto de la suerte, de la alegría y del amor. Y yo lo creo así porque a veces, cuando me deprimo, ese pedazo de cartón me saca, otra vez, a la superficie. En nuestras llamadas yo nunca le digo que lo extraño porque entonces me echo a llorar…”
—Hablemos de algo más alegre. En su libro El amor y el humor todo lo pueden, Gerardo te llama “mi bonsái”. ¿Esa expresión de cariño ha sido parto de la lejanía?
“Esa expresión data de los años ’90. Él conoce la técnica de esos árboles milenarios en Angola y luego hasta hace uno. Un amigo suyo, casi un hermano que murió en un accidente en México, le dijo a Gerardo que yo era su bonsái y así quedó; aunque, según me afirma, soy muchas cosas para él. A veces me dice: ¿Cómo llamarte? ¿Mi Reina? ¿Mi Princesa? Pero no tienes corona ni sangre real. Tampoco mi niña porque no eres una niña. Ni mi esposa porque afirmas que no se cumplen, en nuestro caso, los parámetros lógicos de una unión… Entonces me río como a él le gusta y a veces hasta me canta canciones por teléfono, parodias para alegrarme la vida, y acaba por decirme: No hay otra definición. ¡Tú eres mi novia eterna!”
—¿Alguna canción en especial que te lo recuerde?
“Soy muy mala recordando letras. Durante el tiempo en que no se sabía de los héroes y no había comunicación, ni cartas, ni nada, una canción de Marco Antonio Solís me hacía un mar de lágrimas. Pero, en especial, están Te extraño, cantada por Luis Miguel, o Novia mía, de Manzanero. Cuando la vida era normal yo perseguía los conciertos de Pablo y Silvio, pero después no pude escuchar más sus canciones porque me lo recordaban y me hacían daño. Hoy he podido volver a sus presentaciones. Es un gustazo que me doy, por mí y por Gerardo, pero siempre acabo llorando.
“En el momento del amañado juicio en Miami, desde la propia sala del juzgado, él me escribe un fragmento de Yolanda, de Pablo. La canción Amada, de Silvio, me la dedica escribiendo su letra sobre un pedazo de cartón que dejó colgado en mi ventana, la primera vez que se fue a cumplir su misión, pidiéndome que la guardara y allí está desde entonces. Después, mientras están en el Centro de Detención de Crome esperando el proceso judicial, se la canta al resto y, a partir de entonces, se convierte en el himno de los héroes y de nosotras, sus esposas.”
—Una pregunta difícil, pero necesaria. ¿Han soñado el hijo que les arranca, por el momento, la decisión de una condena que se ha comprobado ilegal e injusta dentro de las leyes del poder judicial?
“Jaraneamos muchísimo con eso, pero preferimos dejarlo a la realización de ese sueño postergado porque tenemos los pies bien puestos en la tierra. No sabemos el tiempo que esta situación se pueda dilatar todavía y lo hemos dicho; si no podemos tener el hijo amado nuestra relación no va a cambiar porque nos pertenecemos el uno al otro de manera absoluta. Él dice que yo soy su niñita y él mi niño.
“Creo que aunque tuviésemos una docena de hijos no podría vivir sin ser mimada y consentida por él, como tampoco él por mi. Yo disfrutaba mucho cuando me cargaba y me mecía en un sillón. Una vez llegó a la casa con un bombón aplastado en el bolsillo, que se lo habían dado en una actividad y me lo había guardado. ..Son muchos los pequeños detalles que, como dice la canción, han hecho grande y profundo este amor.”
—¿Cómo imaginas el abrazo íntimo que se darán, más temprano que tarde, cuando regrese libre a casa?
“Todas las noches me desvelo. Duermo muy mal. No logro conciliar el sueño y me pongo a pensar en eso. En la forma en que dormíamos los dos. Él con sus piernas largas y yo, un recortico de mujer como soy a su lado. A veces le empujaba hasta casi tumbarlo de la cama. Otras me abrazaba tan fuertemente que casi me quitaba el aire. Teníamos que usar dos ventiladores porque el que me daba a mí en la cara le llegaba solo al pecho. ¡Ah, y sábanas independientes porque si no uno de los dos siempre quedaba descubierto! Nos pasábamos la noche protegiéndonos.
“Yo extraño todo eso. Cuando me despierto me falta su abrazo y es doble la noche. Sueño que lo tengo en mis brazos y a Gerardo le pasa lo mismo. Dice que su sueño de cárcel también es poder volver a despertarse dándome un beso y confiesa: Me arrepiento de las veces en que me dormí primero y no te pude contemplar totalmente. Y esas son las profundas heridas que sientes, cuando abres o cierras los ojos, esperando siempre su regreso.”

“YO VESTÍ A JORGE NEGRETE”

“YO VESTÍ A JORGE NEGRETE” ·        A Razón de sus ochenta años, el fotógrafo cubano Raúl Corrales afirma haber sido ballet del divo mexicano antes de dedicarse a colocar su corazón en el lente
“Tenía yo amistad con la famosa Blanquita Amaro y su esposo Osvaldo Villegas, quien se encargó de la visita de Jorge Negrete a Cuba en el año 1944, invitado por Radio Cadena Azul.
“Villegas me pide entonces que le sirva a Negrete de ballet y yo acepto. Cuando me presentan al cantante mexicano él no pone objeción y, a partir de ahí, no solo fui el encargado de su vestuario, sino también su confidente y amigo.”
Eso me confesó hace unos años, uno de los más grandes de la fotografía cubana, mientras le hacía una entrevista de rutina y él no era, entonces, el asediado personaje de estos homenajes a todo lo largo y ancho del país por su cumpleaños 80.
De manera que, de inmediato y ante el hallazgo de una historia insólita, tiré a un lado el cuestionario, y enfoqué mi lente hacia esa otra anécdota que defocaba, en alguna medida, su imagen de arriesgado fotoreportero que participó, incluso, como corresponsal de guerra durante la invasión mercenaria a Bahía de Cochinos, conocida como la Batalla de Playa Girón.
Su acostumbrado aire taciturno se desperezó y dio paso a un diálogo donde llegó a ripostarme: “Ven acá, chico, ¿esta es una entrevista a Jorge o a mi?”
“Era un tipo muy elegante y muy macho. Pero no un hombre bonitillo, sino de carácter, de conflexión fuerte y de voz muy atrayente, como se ve en sus películas. Por eso fue tan asediado por las mujeres. La ropa de mariachi solo la usaba en el escenario y era muy selectivo a la hora de escoger un traje.
“Recuerdo que en esos años pasó un ciclón por Cuba y Jorge, que estaba en Puerto Rico, al enterarse de la tragedia tomó un avión y vino para acá. Enseguida programó unos conciertos benéficos y, en esa ocasión, su club cubano de fans le regaló un traje que, en lugar de un águila mexicana en la espalda, tenía el escudo cubano bordado en hilo de plata. Al él le encantó y se lo puso al instante.”
—¿Tipo caprichoso para el vestir, difícil de complacer?
“No. Solo había que conocer sus gustos. Él salía del baño y ya yo le tenía la ropa lista. Yo conocía muy bien las combinaciones de colores que más le gustaban y eso facilitaba mi labor.”
—¿Tenía preferencia por algún color?
“Le fascinaban las corbatas rojas.”
Toda abuela cubana suspiró, más de una vez, por Jorge Negrete. Y más de una soñó estar en sus brazos. Se cuenta muchas historias, unas ciertas y otras falsas. Las más osadas hablan de secuestros callejeros y portañuelas rotas…
“Era un hombre terriblemente asediado por las mujeres. Muchas veces le serví de correo amoroso. Tú no puedes imaginarte, por un momento, lo popular que fue. La primera vez que vino se hospedó en el Nacional —que después nunca más quiso porque un hermano suyo cogió pulmonía en ese hotel—. Desde allí, por todo Malecón hasta el hoy Gran Teatro de La Habana, entonces Teatro Nacional, hubo filas interminables de mujeres que, a su paso, le gritaban piropos y le tiraban flores.
“Después, en uno de sus viajes,  salió en auto del hotel Sevilla —donde luego se hospedó siempre— y me pidió caminar unas cuadras antes de llegar al teatro. ¡Imagínate la calle de San Rafael llena de mujeres que andaban de compras! No dio ni diez pasos. Lo identificaron al instante y aquello fue pólvora. Tuvo que echar, como se dice, un patín con una turba femenina detrás. Lo que le salvó fue que la puerta trasera del teatro estaba abierta. ¡Si no…!”
—¿Romántico?
“¿Quién no lo iba a ser con una mujer tan hermosa como Gloria Marín? Por cierto, era tan celos que, en el momento menos pensado, retomaba un avión y se le aparecía en la misma puerta de la habitación del hotel y le preguntaba: ¿Con quién estás ahí dentro?”
—¿Eso le gustaba lo le molestaba a Negrete?
“¡Le ponía el hígado a la vinagreta, pero, imagínate, él era un peligro permanente para cualquier mujer…!”
—¿Pesado, engreído?
“No, jodedor. Él tuvo instrucción militar. Pasó una academia durante la Segunda Guerra mundial y fue capitán del ejército mexicano. Durante uno de los pases que le daban, él y un amigo, se encontraron, en plena ciudad, a una muchacha hermosísima y comenzaron a seguirla. Y resulta que era una ‘gata’, como se le llama en México a las domésticas, que trabajaba en casa de un profesor de música.
“Al ellos irrumpir en la sala, sin más ni más, les salió el profesor y preguntó qué buscaban. Inmediatamente, para disimular, dijeron que querían probarse la voz. El hombre comenzó a hacerles ejercicios vocales y, al final, dijo: Usted no sirve para el canto —defiriéndose a su amigo y, luego, miró a Jorge—. Pero usted puede llegar a ser un gran cantante si se lo propone. Y así le descubrieron por puro azar.”
—¿Qué hacía el galán al salir del teatro?
“Él había estado en Cuba antes de ser famoso porque trabajó en nueva York con Eliseo Grenet y este le embulló a que conociera la Isla. Por esa razón, al terminar cada función, frecuentaba aquellos lugares de la primera vez; bares, cabarets, pequeños restaurantes, pero siempre bien tarde en la noche para no ser reconocido y gozar de cierta intimidad.”
—Dijo usted que luego del incidente con su hermano nunca más se hospedó en el Hotel Nacional. ¿Superticioso?
“¡Uf! Antes de salir a escena meditaba mucho en su camerino y luego se persignaba. Llevaba siempre consigo una bolsita de medallas donde convivían la imagen de la Virgen del Carmen, la de la Caridad, la de Guadalupe… y jamás la soltaba.
“Recuerdo una vez en que la dejó olvidada yéndose a España. Me telefoneó de inmediato y pidió: Corrales, búscala debajo de la tierra y envíamela urgente que sin ella no puedo cantar. Corrí entonces a la carpeta del hotel Sevilla y allí estaba en un pantalón olvidado. Fui entonces al aeropuerto y se la di a un capitán de una aeronave que volaba a Madrid. Para el hombre fue un honor llevar el encargo y me imagino de Jorge debió recompensarle muy bien porque era un hombre muy generoso. Luego volvió a llamar y me dijo: Corrales, ¡ya estoy entero! ¡Tengo en mis manos la bolsa!
—Además de su criado dice usted haber sido su amigo. ¿Hubo alguna vez momentos tensos? ¿De discusión?
“Nuestra relación era muy profunda. Tanto que, en ocasiones, me pedía consejos y al legar al camerino siempre me entregaba, en un pañuelo envueltas, sus joyas y su billetera que yo guardaba hasta finalizar la función.
“Pero una noche, al yo entregarle sus pertenencias, me dice: Aquí falta el anillo de brillante. Se me unió el cielo con la tierra como se dice. Ahí está lo que usted me dio, le respondí. Y Jorge volvió a acusarme: ¿Dónde lo metiste? Rojo como la grana, acusado de ladrón, le riposté: Yo no tengo necesidad de eso. ¿Por qué había de hacerlo ahora? Y se entabló una discusión muy fea.
“Villegas, que estaba presente y sabía de sus despistes, corrió al hotel y lo encontró en el lavabo de su habitación. Se lo entregó y Jorge, lleno de vergüenza, me abrazó. Ese incidente nos hizo más amigos y nunca más desconfió de mí.”
—¿Y nunca le propuso irse con él?
“¡Bah! ¡Montón de veces! Quería que le acompañara en todas sus presentaciones. Tal vez yo era su otro amuleto. Quiso llevarme a vivir a España, a México para que yo estudiara. Pero yo era menor de edad, tenía solo 16 años, y mi madre se negó.”
—¿Y no existe ninguna foto de usted con él?
“En aquel tiempo yo ni soñaba con ser fotógrafo. Mi trabajo era en la oscuridad del camerino, entre bambalinas. ¡Si llego a tener conciencia de su valor claro que me retrato!”
—Entonces tengo que creerle a usted por lo que me cuenta, le pregunté socarrón y achicando los ojos me quiso fulminar con su mirada.