LIZT ALFONSO: LA QUE SE QUISO MORIR
Ella no nació baja de peso ni con problemas respiratorios. Su única desgracia fue la ocurrencia de su madre de querer ponerle, como nombre, el apellido del afamado pianista húngaro que tanta paz le daba al escucharle, mientras su grávido vientre crecía cual enorme calabaza donde una niña dormitaba
¿Ponerle Lizt? ¡Usted está loca! Dijeron en el hospital y ese día no la inscribieron. La recién estrenada mamá se negaba a ceder en su deseo y pronto comenzó todo un proceso de negociaciones.
Luego de largas discusiones, y hasta clases de música, los del Registro Civil accedían a que se le pusiera Liz. Ella no transigió y de mala gana —quizás pidiéndole perdón por tal blasfemia al compositor del Romanticismo del XIX— accedió a que quitaran del medio la zeta. Finalmente, su nombre quedó registrado como List Herrera Alfonso.
Los escribanos no sabían idiomas. Creyeron haber ganado la pelea e hicieron el ridículo. Acababan de darle por nombre a la recién nacida un vocablo que en Inglés significa: lista…Y creo que no se equivocaron si se le tiene en su segunda acepción como sinónimo de inteligente.
“Después —comenta la bailarina con picardía infantil— cambié la ese por la zeta, para acercarme más al espíritu y al genio de Franz; y Laura Alonso quiso que asumiera como apellido el de mi madre porque decía que Alonso y Alfonso rimaban y ella quería tenerme siempre cerca de ella.”
La tarde en que concertamos la entrevista pensé que entraría por la puerta de mi casa una gacela llena de glaumor, quizás con turbante y gafas oscuras para cuidar del sol los bordes de sus ojos, o con un chal enredado trágicamente a su cuello a lo Isadora Duncan. Nada de eso. Llegó más cubana que Juana y convirtió el rito de las preguntas en una rueda de casino donde la anécdota y el dicharacho hicieron enrosque con la más profunda reflexión.
—Son los hijos, muchas veces, la suma de sus padres. ¿Qué tomó de uno y del otro para formar su propia personalidad?
—De mi papá, la fortaleza de carácter. Tengo sus mismos arranques, los que mi madre fue dosificando con el tiempo porque nunca creyó en eso de que uno es como es. Dice que los defectos se pueden corregir con tiempo, paciencia y persistencia. Ella me dejó su dulzura y comprensión maternal, aunque, a decir verdad, creo que, por encima de ambos, yo soy el resultado de mi abuela. Una profesora de Español y Literatura que me enseñó a amar el arte y a leer, desde pequeña, a los clásicos. Murió cuando yo tenía 17 años, después de saber que había logrado ingresar en el Instituto Superior de Arte. Y si supieras, fue un día negro para mí, pero he hecho de él un paréntesis. ¿Qué había allí en el funeral? Un cuerpo y nada más. Sin embargo, ella está siempre conmigo. Siempre.
—¿Era una niña de miedos por la noche?
—No, fui una persona muy segura de mí misma, muy decidida. Tanto es así que a los cuatro años ya sabía lo que quería ser. Solo que cuando no podía conseguir algo me tiraba en una cama y decía: “¡Me quiero morir!”
—Y se tiró a morir el día en que le dijeron que no tenía aptitudes para el baile.
—Sí.
—Los niños no tienen sentido del equilibrio, quizás por eso se marean tan fácilmente y las alturas o las velocidades les dan vértigo. Para ellos las cosas son buenas o malas, negras o blancas. No conocen de matices. ¿Pensó entonces en suicidarse?
—No de una forma expresa, aunque mis acciones lo denotaran. Recuerdo que llegué a mi casa después que sucedió eso, me acosté con la cabeza tapada y me dije: “No voy a comer más, no me levanto nunca más. Aquí se acabó todo.” Creo que sí, que era esa una manera infantil de suicidio.
“¡Imagínate lo preocupada que estaba mi familia! De ese día sí me acuerdo clarito. Todo el mundo se fue a la calle a hacer gestiones para que la niña lograra su sueño de ser bailarina.
“Así me llevaron al sicoballet a hacerme exámenes de conducta. List no podía estar bien de su cabecita. No era normal esa empecinada actitud en una niña de ocho años. Y luego de varias pruebas, la doctora Fariñas y Laura Alonso me sentaron frente a mi madre y le dijeron: ¢Señora, la única enfermedad que padece su hija es que, a su edad, tiene una vocación muy definida.¢”
—Y Laura Alonso le salvó la vida cuando le dijo que, si usted se lo proponía, llegaría a bailar…
—Sí. Y a partir de ese momento es una persona que ha influido mucho en mi vida. Yo creo que gran parte de lo que soy se lo debo a la fortaleza y a la seguridad que siempre me dio. Claro, soy también el resultado de muchas personas, de maestros excelentes, de una familia que me apoyó siempre en todo. Cuando llegaba a casa y me encerraba porque me habían dicho que era muy mala o muy flaca, ellos me ayudaban a reflexionar. “¿Hay algo que se resuelva con llanto? No. Si quieres enciérrate en el baño y empieza a llorar, y desahógate, pero después piensa en cómo vas a solucionar el problema”, me decían.
—¿Se sintió fea en algún momento?
—Si supieras, nunca me he sentido fea. No soy mujer que reúna los parámetros de curvas y carnes a los que aspira cualquier macho cubano. Yo sé que no soy bonita, pero sí interesante. O al menos a los ojos de quienes yo quiero que me vean así.
—Sé que usted ha sobrevivido a muchas guerritas y muchos traspiés en el camino, ha bailado siempre mirando al frente y por encima de las mezquindades humanas…
—Es como una especie de karma en mi vida, en que no puedo llegar a ningún lugar por la vía recta. Nada me ha sido fácil. Pero creo que esto es algo inherente a todo artista. Revisa las biografías de los clásicos para que veas. Además, creo que de esa manera se disfruta más los éxitos que se obtienen.
“Y fíjate si es así, que nosotros hemos transitado a la inversa de la lógica de todas las compañías. La mayoría se crea y luego desarrolla un trabajo. Nosotros no. Surgimos por una necesidad propia de expresión artística y, al cabo de los nueve años, fue que obtuvimos el reconocimiento oficial. El día que me llamaron por primera vez Directora me eché a reír. Me daba gracia porque no me encontraba dentro de esa piel. Para el Ballet de Lizt Alfonso esos nombramientos solo han sido una manera de transitar.”
—En una presentación en Ciego de Ávila, a una de las muchachas de su compañía se le cayó la flor del pelo y usted la sancionó a no bailar en la próxima función. ¿No teme a que, como ha ocurrido con otras figuras de la danza, se le acuse de tirana implacable?
—Las cosas no son tan sencillas como parecen. En una de las últimas actuaciones tuvimos que reducir el tiempo entre un cambio y otro. A una de las bailarinas se le cayó la sayuela en la escena y yo no le dije nada en lo absoluto porque era evidente que había una causa justificada. Pero si tú tienes tres horas para colocarte una flor y luego se te cae por un problema de descuido hay que dar un escarmiento. En primera, es una falta de respeto al público que paga para recibir calidad y, después, a tus compañeras. Increíblemente, un detalle puede echarte a perder un espectáculo, puede desconcentrar al público durante toda la función.
“A veces he adoptado la medida de manera unilateral, otras colectiva, y otras no he sabido siquiera qué hacer. Me he echado a llorar entonces y he dicho: ¢En este momento solo le pido a Dios que me diga cuál es el camino que debo tomar y Él nunca me ha fallado.¢”
—¿Tuvo usted formación religiosa?
—Sí, mi mamá y mi papá eran científicos cristianos. Y hoy, aunque no practico, me considero una persona religiosa.
—Las mujeres prefieren a los hombres como jefes. ¿Es difícil dirigir un colectivo femenino?
Dirigir a mujeres es dificilísimo. Pero a los hombres tampoco les gusta que los dirija una mujer. Hay mucho tabú todavía. Mas, por encima de toda complejidad humana, nos une un objetivo común. Puede ser que estemos en desacuerdo acerca de las vías para alcanzar algún propósito, sin embargo, todas luchamos por desarrollar un concepto danzario que nos distinga, por llegar a un punto común y eso nos salva.
—Conozco la historia de un fotógrafo que la llevó a Nueva York exclusivamente para hacerle una sesión de fotos.
—No, no fue un fotógrafo, sino nuestro agente de World Art. La agencia contrató a un maestro del lente y yo me fui con cuatro bailarinas a hacer el trabajo. Él hacía repetir un movimiento hasta lo indecible. Tomaba imágenes. Las revelaba y luego decía, “esto sí, aquello no. Vamos a repetir esta pose”.
“En un momento dado yo me dije: ¢Voy a ayudar¢, y me vestí para posar. Tuvimos de inmediato, entre los dos, una química muy interesante y llegó un instante en que me dijo: ¢No me des más que me vas a matar.¢ Él quedó maravillado con nuestra energía y deseos de colaborar. Dice que había trabajado con muchos artistas que se autoproclamaban profesionales, pero que nunca había chocado con un profesionalismo tal.”
—Uno de los síndromes de la danza es la deformidad de los pies. ¿Qué es más difícil de enseñarle una bailarina a un hombre, los pies o los senos?
—Yo no tengo complejos. Soy como soy. Hay gente que me ha dicho: “Mira, tienes este dedo así o asao.” Y yo le he respondido: “¿Ah, sí?” Solo cuando era niña me preocupaba un poquito porque era narizona y me dijeron que me operara. ¿Pero arriesgarse a modificar algo que así funciona…? Tendrías que preguntarle a mis muchachas a ver qué te dicen.
—Muchas bailarinas sacrifican los hijos por la profesión. ¿Llegan a sustituirse por los alumnos? ¿Es su caso?
—Pienso que no. Como dice una amiga, lo único que uno tiene como propiedad indiscutible son los hijos… hasta que crecen. Lo que sucede es que se llega a querer a los alumnos como si fueran carne de tu carne y te metes tanto en la problemática de cada uno de ellos que quieres solucionarles la vida, y eso es imposible. Considero que las bailarinas deben tener, al menos, un hijo para su realización completa. A mí me ha cogido un poquito tarde, pero pienso recuperar el tiempo perdido.
—¿Nació maestra o considera que ese status es la solución salomónica para cualquier bailarina que pretende disimular que envejece?
—Nací coreógrafa. A los siete años comencé a proyectar mi primera coreografía y a los nueve la realicé. El magisterio es una experiencia fabulosa y pienso que nada tiene que ver con la edad. Yo empecé a los 23 años. Hay bailarinas que se hacen maestras cuando no pueden más, pero entonces lo hacen con frustración y resentimiento porque lo que quisieran es seguir bailando, y no por compartir y transmitir esa experiencia escénica que has conseguido y que puede acortarles el camino a otros.
“El maestro no puede guardarse nada para sí. Eso es absurdo. Dios te da para que tú des y siempre recibes cosas nuevas. En ocasiones, al terminar un espectáculo, alguien se me ha acercado y me comentado: ¢¡Te quedaste vacía! ¿Y ahora qué vas a hacer?¢ Y no saben que ya estoy soñando con el próximo montaje, porque el que comparte cosas buenas siempre recibe su pago. No hay nada más mágico que ver cómo tus alumnos mejoran y te mejoran, y te superan. Es un orgullo auténtico e inexplicable. Es como si te perpetuaras en ellos.”
—Dijo Quevedo: “La envidia anda flaca y amarilla porque muerde y no come.” ¿En el controvertido mundo artístico, se ha sentido Lizt mordida alguna vez?
—El que siente envidia es quien se enferma, no uno. Lo malo es cuando ese terrible sentimiento se convierte en agresión. Pero si vas por buen camino y obras con justicia, ni siquiera te toca. El envidioso cava su tumba.
—Cito ahora a Miguel de Unamuno: “Solo el que sabe es libre. Y más libre, el que más sabe. Solo la cultura da libertad. No proclama la libertad de volar, sino da alas. No la de pensar, sino da pensamiento. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura.” ¿Cómo interpreta el momento tan especial que vive Cuba ahora?
—Durante años se perdió mucho tiempo y nos dimos cuenta de que no se hizo lo que se debió. Lo que pudo ser un proceso lógico de gatear primero, luego caminar y después correr, se ha tenido que violentar para ganar lo perdido. La voluntad que existe por desarrollar una cultura integral es buena, ahora falta por ver si los resultados que se obtengan se corresponden con esa voluntad. Y eso depende de la sensibilidad de quienes tienen la responsabilidad de guiar este proceso, porque muchas veces los seres humanos echamos a perder las buenas intenciones con nuestra mediocridad. El talento está donde menos puedas imaginarte. Solo es cuestión de tener vista para desenterrarlo y darle alas. Hay que tener un tino exquisito para guiar el desarrollo de lo que se está proponiendo en política cultural, y luego ejercer algo que no abunda en nuestro país: el seguimiento a lo iniciado. El momento no es de acomodarse. Es de trabajar. Es la única manera, como escribió Martí, de ser libres.
¿Ponerle Lizt? ¡Usted está loca! Dijeron en el hospital y ese día no la inscribieron. La recién estrenada mamá se negaba a ceder en su deseo y pronto comenzó todo un proceso de negociaciones.
Luego de largas discusiones, y hasta clases de música, los del Registro Civil accedían a que se le pusiera Liz. Ella no transigió y de mala gana —quizás pidiéndole perdón por tal blasfemia al compositor del Romanticismo del XIX— accedió a que quitaran del medio la zeta. Finalmente, su nombre quedó registrado como List Herrera Alfonso.
Los escribanos no sabían idiomas. Creyeron haber ganado la pelea e hicieron el ridículo. Acababan de darle por nombre a la recién nacida un vocablo que en Inglés significa: lista…Y creo que no se equivocaron si se le tiene en su segunda acepción como sinónimo de inteligente.
“Después —comenta la bailarina con picardía infantil— cambié la ese por la zeta, para acercarme más al espíritu y al genio de Franz; y Laura Alonso quiso que asumiera como apellido el de mi madre porque decía que Alonso y Alfonso rimaban y ella quería tenerme siempre cerca de ella.”
La tarde en que concertamos la entrevista pensé que entraría por la puerta de mi casa una gacela llena de glaumor, quizás con turbante y gafas oscuras para cuidar del sol los bordes de sus ojos, o con un chal enredado trágicamente a su cuello a lo Isadora Duncan. Nada de eso. Llegó más cubana que Juana y convirtió el rito de las preguntas en una rueda de casino donde la anécdota y el dicharacho hicieron enrosque con la más profunda reflexión.
—Son los hijos, muchas veces, la suma de sus padres. ¿Qué tomó de uno y del otro para formar su propia personalidad?
—De mi papá, la fortaleza de carácter. Tengo sus mismos arranques, los que mi madre fue dosificando con el tiempo porque nunca creyó en eso de que uno es como es. Dice que los defectos se pueden corregir con tiempo, paciencia y persistencia. Ella me dejó su dulzura y comprensión maternal, aunque, a decir verdad, creo que, por encima de ambos, yo soy el resultado de mi abuela. Una profesora de Español y Literatura que me enseñó a amar el arte y a leer, desde pequeña, a los clásicos. Murió cuando yo tenía 17 años, después de saber que había logrado ingresar en el Instituto Superior de Arte. Y si supieras, fue un día negro para mí, pero he hecho de él un paréntesis. ¿Qué había allí en el funeral? Un cuerpo y nada más. Sin embargo, ella está siempre conmigo. Siempre.
—¿Era una niña de miedos por la noche?
—No, fui una persona muy segura de mí misma, muy decidida. Tanto es así que a los cuatro años ya sabía lo que quería ser. Solo que cuando no podía conseguir algo me tiraba en una cama y decía: “¡Me quiero morir!”
—Y se tiró a morir el día en que le dijeron que no tenía aptitudes para el baile.
—Sí.
—Los niños no tienen sentido del equilibrio, quizás por eso se marean tan fácilmente y las alturas o las velocidades les dan vértigo. Para ellos las cosas son buenas o malas, negras o blancas. No conocen de matices. ¿Pensó entonces en suicidarse?
—No de una forma expresa, aunque mis acciones lo denotaran. Recuerdo que llegué a mi casa después que sucedió eso, me acosté con la cabeza tapada y me dije: “No voy a comer más, no me levanto nunca más. Aquí se acabó todo.” Creo que sí, que era esa una manera infantil de suicidio.
“¡Imagínate lo preocupada que estaba mi familia! De ese día sí me acuerdo clarito. Todo el mundo se fue a la calle a hacer gestiones para que la niña lograra su sueño de ser bailarina.
“Así me llevaron al sicoballet a hacerme exámenes de conducta. List no podía estar bien de su cabecita. No era normal esa empecinada actitud en una niña de ocho años. Y luego de varias pruebas, la doctora Fariñas y Laura Alonso me sentaron frente a mi madre y le dijeron: ¢Señora, la única enfermedad que padece su hija es que, a su edad, tiene una vocación muy definida.¢”
—Y Laura Alonso le salvó la vida cuando le dijo que, si usted se lo proponía, llegaría a bailar…
—Sí. Y a partir de ese momento es una persona que ha influido mucho en mi vida. Yo creo que gran parte de lo que soy se lo debo a la fortaleza y a la seguridad que siempre me dio. Claro, soy también el resultado de muchas personas, de maestros excelentes, de una familia que me apoyó siempre en todo. Cuando llegaba a casa y me encerraba porque me habían dicho que era muy mala o muy flaca, ellos me ayudaban a reflexionar. “¿Hay algo que se resuelva con llanto? No. Si quieres enciérrate en el baño y empieza a llorar, y desahógate, pero después piensa en cómo vas a solucionar el problema”, me decían.
—¿Se sintió fea en algún momento?
—Si supieras, nunca me he sentido fea. No soy mujer que reúna los parámetros de curvas y carnes a los que aspira cualquier macho cubano. Yo sé que no soy bonita, pero sí interesante. O al menos a los ojos de quienes yo quiero que me vean así.
—Sé que usted ha sobrevivido a muchas guerritas y muchos traspiés en el camino, ha bailado siempre mirando al frente y por encima de las mezquindades humanas…
—Es como una especie de karma en mi vida, en que no puedo llegar a ningún lugar por la vía recta. Nada me ha sido fácil. Pero creo que esto es algo inherente a todo artista. Revisa las biografías de los clásicos para que veas. Además, creo que de esa manera se disfruta más los éxitos que se obtienen.
“Y fíjate si es así, que nosotros hemos transitado a la inversa de la lógica de todas las compañías. La mayoría se crea y luego desarrolla un trabajo. Nosotros no. Surgimos por una necesidad propia de expresión artística y, al cabo de los nueve años, fue que obtuvimos el reconocimiento oficial. El día que me llamaron por primera vez Directora me eché a reír. Me daba gracia porque no me encontraba dentro de esa piel. Para el Ballet de Lizt Alfonso esos nombramientos solo han sido una manera de transitar.”
—En una presentación en Ciego de Ávila, a una de las muchachas de su compañía se le cayó la flor del pelo y usted la sancionó a no bailar en la próxima función. ¿No teme a que, como ha ocurrido con otras figuras de la danza, se le acuse de tirana implacable?
—Las cosas no son tan sencillas como parecen. En una de las últimas actuaciones tuvimos que reducir el tiempo entre un cambio y otro. A una de las bailarinas se le cayó la sayuela en la escena y yo no le dije nada en lo absoluto porque era evidente que había una causa justificada. Pero si tú tienes tres horas para colocarte una flor y luego se te cae por un problema de descuido hay que dar un escarmiento. En primera, es una falta de respeto al público que paga para recibir calidad y, después, a tus compañeras. Increíblemente, un detalle puede echarte a perder un espectáculo, puede desconcentrar al público durante toda la función.
“A veces he adoptado la medida de manera unilateral, otras colectiva, y otras no he sabido siquiera qué hacer. Me he echado a llorar entonces y he dicho: ¢En este momento solo le pido a Dios que me diga cuál es el camino que debo tomar y Él nunca me ha fallado.¢”
—¿Tuvo usted formación religiosa?
—Sí, mi mamá y mi papá eran científicos cristianos. Y hoy, aunque no practico, me considero una persona religiosa.
—Las mujeres prefieren a los hombres como jefes. ¿Es difícil dirigir un colectivo femenino?
Dirigir a mujeres es dificilísimo. Pero a los hombres tampoco les gusta que los dirija una mujer. Hay mucho tabú todavía. Mas, por encima de toda complejidad humana, nos une un objetivo común. Puede ser que estemos en desacuerdo acerca de las vías para alcanzar algún propósito, sin embargo, todas luchamos por desarrollar un concepto danzario que nos distinga, por llegar a un punto común y eso nos salva.
—Conozco la historia de un fotógrafo que la llevó a Nueva York exclusivamente para hacerle una sesión de fotos.
—No, no fue un fotógrafo, sino nuestro agente de World Art. La agencia contrató a un maestro del lente y yo me fui con cuatro bailarinas a hacer el trabajo. Él hacía repetir un movimiento hasta lo indecible. Tomaba imágenes. Las revelaba y luego decía, “esto sí, aquello no. Vamos a repetir esta pose”.
“En un momento dado yo me dije: ¢Voy a ayudar¢, y me vestí para posar. Tuvimos de inmediato, entre los dos, una química muy interesante y llegó un instante en que me dijo: ¢No me des más que me vas a matar.¢ Él quedó maravillado con nuestra energía y deseos de colaborar. Dice que había trabajado con muchos artistas que se autoproclamaban profesionales, pero que nunca había chocado con un profesionalismo tal.”
—Uno de los síndromes de la danza es la deformidad de los pies. ¿Qué es más difícil de enseñarle una bailarina a un hombre, los pies o los senos?
—Yo no tengo complejos. Soy como soy. Hay gente que me ha dicho: “Mira, tienes este dedo así o asao.” Y yo le he respondido: “¿Ah, sí?” Solo cuando era niña me preocupaba un poquito porque era narizona y me dijeron que me operara. ¿Pero arriesgarse a modificar algo que así funciona…? Tendrías que preguntarle a mis muchachas a ver qué te dicen.
—Muchas bailarinas sacrifican los hijos por la profesión. ¿Llegan a sustituirse por los alumnos? ¿Es su caso?
—Pienso que no. Como dice una amiga, lo único que uno tiene como propiedad indiscutible son los hijos… hasta que crecen. Lo que sucede es que se llega a querer a los alumnos como si fueran carne de tu carne y te metes tanto en la problemática de cada uno de ellos que quieres solucionarles la vida, y eso es imposible. Considero que las bailarinas deben tener, al menos, un hijo para su realización completa. A mí me ha cogido un poquito tarde, pero pienso recuperar el tiempo perdido.
—¿Nació maestra o considera que ese status es la solución salomónica para cualquier bailarina que pretende disimular que envejece?
—Nací coreógrafa. A los siete años comencé a proyectar mi primera coreografía y a los nueve la realicé. El magisterio es una experiencia fabulosa y pienso que nada tiene que ver con la edad. Yo empecé a los 23 años. Hay bailarinas que se hacen maestras cuando no pueden más, pero entonces lo hacen con frustración y resentimiento porque lo que quisieran es seguir bailando, y no por compartir y transmitir esa experiencia escénica que has conseguido y que puede acortarles el camino a otros.
“El maestro no puede guardarse nada para sí. Eso es absurdo. Dios te da para que tú des y siempre recibes cosas nuevas. En ocasiones, al terminar un espectáculo, alguien se me ha acercado y me comentado: ¢¡Te quedaste vacía! ¿Y ahora qué vas a hacer?¢ Y no saben que ya estoy soñando con el próximo montaje, porque el que comparte cosas buenas siempre recibe su pago. No hay nada más mágico que ver cómo tus alumnos mejoran y te mejoran, y te superan. Es un orgullo auténtico e inexplicable. Es como si te perpetuaras en ellos.”
—Dijo Quevedo: “La envidia anda flaca y amarilla porque muerde y no come.” ¿En el controvertido mundo artístico, se ha sentido Lizt mordida alguna vez?
—El que siente envidia es quien se enferma, no uno. Lo malo es cuando ese terrible sentimiento se convierte en agresión. Pero si vas por buen camino y obras con justicia, ni siquiera te toca. El envidioso cava su tumba.
—Cito ahora a Miguel de Unamuno: “Solo el que sabe es libre. Y más libre, el que más sabe. Solo la cultura da libertad. No proclama la libertad de volar, sino da alas. No la de pensar, sino da pensamiento. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura.” ¿Cómo interpreta el momento tan especial que vive Cuba ahora?
—Durante años se perdió mucho tiempo y nos dimos cuenta de que no se hizo lo que se debió. Lo que pudo ser un proceso lógico de gatear primero, luego caminar y después correr, se ha tenido que violentar para ganar lo perdido. La voluntad que existe por desarrollar una cultura integral es buena, ahora falta por ver si los resultados que se obtengan se corresponden con esa voluntad. Y eso depende de la sensibilidad de quienes tienen la responsabilidad de guiar este proceso, porque muchas veces los seres humanos echamos a perder las buenas intenciones con nuestra mediocridad. El talento está donde menos puedas imaginarte. Solo es cuestión de tener vista para desenterrarlo y darle alas. Hay que tener un tino exquisito para guiar el desarrollo de lo que se está proponiendo en política cultural, y luego ejercer algo que no abunda en nuestro país: el seguimiento a lo iniciado. El momento no es de acomodarse. Es de trabajar. Es la única manera, como escribió Martí, de ser libres.
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