LA SEGUNDA AVERÍA
Esta vez Exupéry no cayó en el Sahara. Manthattan, siendo una isla, le pareció más desierto. Sus taxis amarillos eran balas trazadoras haciéndole rallas a la noche. Sus habitantes, fantasmas. Broadway el delirio de la fiebre. Se sentía terriblemente solo. Al amanecer, tendido sobre aquel duro banco del metro, sintió una vocecita que volvía a decirle: —Por favor…¡dibújame una oveja!
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