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ARROZ CON MANGO

AL REVÉS

Hastiado de tanta pobreza humana, Dios devolvió su hijo a la tumba de José de Arimatea. Y allí le encontraron María Magdalena y la otra María. Ellas mismas le llevaron hasta le cruz y le clavaron las manos y los pies. Entonces vinieron los soldados romanos y le bajaron. Y, solícitos, le vistieron con sus propias túnicas, mientras Cristo regresaba por el camino ante una admirada multitud gritaba ¡No le crucifiquen! Y, llegando ante Pilatos, él se lavó las manos. Luego, negó a Pedro tres veces antes que cantara el gallo y traicionó a Judas Iscariote vendiéndole por treinta denarios. De esa manera comenzó a destejer su historia hasta llegar a Belén, a aquel pobre establo donde había nacido y donde le pidió a María entrar, otra vez, en su calientito vientre. Y la abultada piel se desinfló y la mujer regresó, virgen, a Nazaret para espantar al ángel Gabriel que, asustado, se fue al cielo y, postrándose a la diestra de Dios Padre, le aconsejó al Creador del Universo: Es mejor que no envíes a tu hijo. 

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