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ARROZ CON MANGO

BALADA DE LAS DOS ABUELAS

BALADA DE LAS DOS ABUELAS

La muerte me las quitó antes de tiempo. Apenas guardo el contorno de mis abuelas. Quizás una arrugada mano alisando mi pelo o la caricia de unas torrejas ahogadas en almíbar. Ambas se "fueron" sin siquiera dejarme el sabor de una huella.

Quizás por eso en mis artículos, y me confieso, les haya citado en algún momento, más que por pura mentira por imaginar, y creerme, lo que siempre dicen las abuelas. Esa atinada frase en el instante preciso que no es otra cosa que un compendio de sabiduría que se regala con el mayor amor del mundo.

Siempre crecí con ese agujero. Mi corazón se hizo hombre con esas dos ventanitas de luz cerradas. Quizás por ello condeno tanto a quienes, todavía, les tienen como dulces esclavas y no aquilatan sus desvelos, cual simple comadrita, ya sin balancines, que una vez sirvió de cuna. Y envidio, dulcemente, a aquellos que les llenan de mimos, a sabiendas de que la vida les ha premiado con ese regalo lleno de canas que lo perdona todo, que lo admite todo, que es la sabia de lo sabio alimentándonos siempre para que no "pequemos" con sus propios yerros.

Pienso, a pesar del respeto por ese poeta que es nuestro Nicolás, que también él sucumbió, sin darse cuenta, al acendrado machismo histórico que nos sofoca a la hora de pintar nuestros orígenes, en ese galeón poético que es su Balada de los dos abuelos.

¡Qué humano, que justo y qué hermoso hubiera sido escuchar en el rumor del caracol de sus versos!: Sombras que solo yo veo,/ me escoltan mis dos abuelas… Creo que el poema de Guillén, lejos de todo evidente sentido patriarcal, hubiese sido más humano y transparente, en tanto, a la sangrante herida le hubiese colocado azahar en ese intento por reflejar dos antagónicos mundos que dieron vida a nuestra estirpe.

¿Acaso nuestra misma Mariana no dejó la impronta del coraje y el amor desmedido cuando envió sus hijos a la manigua? Quizás algunos piensen, todavía, de que primó más la esencia patriótica que la materna. Sin embargo, ningún libro de historia sería capaz de recoger ese dolor agónico, solo sufrido por ella, en que el rayo de una decisión profunda iluminó la oscuridad de nuestras palmas.

Hoy he llorado ante mi computadora. Y esto no es una metáfora. La noticia, por reiterativa, me ha devuelto la agonía de Ulises escuchando las engañosas voces que le llegaban desde las costas de Ítaca, con una nota diferente de angustia; una anciana de 75 años descansa en la morgue de Miami al fallecer víctima de otro supuesto acto de contrabando humano entre las costas de La Florida y Cuba.

Y me atrevo a fabular en voz alta y a preguntarme: ¿Sería por decisión propia o habrá sido engañada en un paseo hacia la muerte? ¿Iría, como cordero al sacrificio, consciente de que la familia es ese primer olor Patria, donde el jazmín de la fidelidad lo marca todo?

Nunca olvido una de mis más conmovedoras experiencias al paso por Miami. Una amiga, que tenía un Home como negocio, es decir, una casa para ancianos, me dio cobija. Una viejita de Alacranes, al saber que regresaba yo a Cuba, me rogó encarecidamente que me la trajera de vuelta, que extrañaba increíblemente su varentierra y sus vecinas, su Galán de Noche repugnándola de aroma y su perro Canelo, en franca bronca siempre con Melchora, su astuta gata, que, seguramente, penaba ahora, maullando por los tejados, ante su ausencia.

La angustiada mujer me vigilaba cada día. Se asomaba al cuarto a ver si mi equipaje estaba, porque había decidido "fugarse" conmigo como en una de las trágicas escenas de Lorca. Y hasta sé que me habrá maldecido la mañana en que sus apagados ojos encontraron solo el vacío espacio donde descansaba mi maleta.

De entonces a acá he vivido con ese dolor a cuestas como la misma ausencia temprana de mis abuelas, removida ahora en la noticia de esta otra mujer que sí ha sido pasto de una política tuburonera de falso humanismo y libertad.

Me la imagino en medio de la oscura travesía. Quizás enjugando una lágrima para no mostrar su pena o ese desvarío que sufren los ancianos cuando el escenario de sus mejores batallas por la vida es borrado de un plumazo.

¿Qué nostalgias viajarían el encrespado mar de sus recuerdos, mientras la turba de escualos perseguía la propela en otra Crónica de una muerte anunciada? ¿Acaso en la rabona que dejó empollando? ¿O en quién regaría sus matas de Nomeolvides? ¿En los huesos del abuelo reposados en la tierra que les diera alas a sus amores?

Nadie lo sabe. Quizá los ojos de esta abuela, en su último momento de lucidez, hayan revivido, en silencio, los versos de John Milton, el poeta inglés, cuando en su poema El paraíso perdido, expresara: "Aquellas llamas no desprendían luz alguna; pero las tinieblas visibles servían tan solo para descubrir cuadros de horror, regiones de pesares, oscuridad dolorosa, en donde la paz y el reposo no pueden habitar jamás, en donde no penetra ni aun la esperanza."

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