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ARROZ CON MANGO

“YO VESTÍ A JORGE NEGRETE”

“YO VESTÍ A JORGE NEGRETE” ·        A Razón de sus ochenta años, el fotógrafo cubano Raúl Corrales afirma haber sido ballet del divo mexicano antes de dedicarse a colocar su corazón en el lente
“Tenía yo amistad con la famosa Blanquita Amaro y su esposo Osvaldo Villegas, quien se encargó de la visita de Jorge Negrete a Cuba en el año 1944, invitado por Radio Cadena Azul.
“Villegas me pide entonces que le sirva a Negrete de ballet y yo acepto. Cuando me presentan al cantante mexicano él no pone objeción y, a partir de ahí, no solo fui el encargado de su vestuario, sino también su confidente y amigo.”
Eso me confesó hace unos años, uno de los más grandes de la fotografía cubana, mientras le hacía una entrevista de rutina y él no era, entonces, el asediado personaje de estos homenajes a todo lo largo y ancho del país por su cumpleaños 80.
De manera que, de inmediato y ante el hallazgo de una historia insólita, tiré a un lado el cuestionario, y enfoqué mi lente hacia esa otra anécdota que defocaba, en alguna medida, su imagen de arriesgado fotoreportero que participó, incluso, como corresponsal de guerra durante la invasión mercenaria a Bahía de Cochinos, conocida como la Batalla de Playa Girón.
Su acostumbrado aire taciturno se desperezó y dio paso a un diálogo donde llegó a ripostarme: “Ven acá, chico, ¿esta es una entrevista a Jorge o a mi?”
“Era un tipo muy elegante y muy macho. Pero no un hombre bonitillo, sino de carácter, de conflexión fuerte y de voz muy atrayente, como se ve en sus películas. Por eso fue tan asediado por las mujeres. La ropa de mariachi solo la usaba en el escenario y era muy selectivo a la hora de escoger un traje.
“Recuerdo que en esos años pasó un ciclón por Cuba y Jorge, que estaba en Puerto Rico, al enterarse de la tragedia tomó un avión y vino para acá. Enseguida programó unos conciertos benéficos y, en esa ocasión, su club cubano de fans le regaló un traje que, en lugar de un águila mexicana en la espalda, tenía el escudo cubano bordado en hilo de plata. Al él le encantó y se lo puso al instante.”
—¿Tipo caprichoso para el vestir, difícil de complacer?
“No. Solo había que conocer sus gustos. Él salía del baño y ya yo le tenía la ropa lista. Yo conocía muy bien las combinaciones de colores que más le gustaban y eso facilitaba mi labor.”
—¿Tenía preferencia por algún color?
“Le fascinaban las corbatas rojas.”
Toda abuela cubana suspiró, más de una vez, por Jorge Negrete. Y más de una soñó estar en sus brazos. Se cuenta muchas historias, unas ciertas y otras falsas. Las más osadas hablan de secuestros callejeros y portañuelas rotas…
“Era un hombre terriblemente asediado por las mujeres. Muchas veces le serví de correo amoroso. Tú no puedes imaginarte, por un momento, lo popular que fue. La primera vez que vino se hospedó en el Nacional —que después nunca más quiso porque un hermano suyo cogió pulmonía en ese hotel—. Desde allí, por todo Malecón hasta el hoy Gran Teatro de La Habana, entonces Teatro Nacional, hubo filas interminables de mujeres que, a su paso, le gritaban piropos y le tiraban flores.
“Después, en uno de sus viajes,  salió en auto del hotel Sevilla —donde luego se hospedó siempre— y me pidió caminar unas cuadras antes de llegar al teatro. ¡Imagínate la calle de San Rafael llena de mujeres que andaban de compras! No dio ni diez pasos. Lo identificaron al instante y aquello fue pólvora. Tuvo que echar, como se dice, un patín con una turba femenina detrás. Lo que le salvó fue que la puerta trasera del teatro estaba abierta. ¡Si no…!”
—¿Romántico?
“¿Quién no lo iba a ser con una mujer tan hermosa como Gloria Marín? Por cierto, era tan celos que, en el momento menos pensado, retomaba un avión y se le aparecía en la misma puerta de la habitación del hotel y le preguntaba: ¿Con quién estás ahí dentro?”
—¿Eso le gustaba lo le molestaba a Negrete?
“¡Le ponía el hígado a la vinagreta, pero, imagínate, él era un peligro permanente para cualquier mujer…!”
—¿Pesado, engreído?
“No, jodedor. Él tuvo instrucción militar. Pasó una academia durante la Segunda Guerra mundial y fue capitán del ejército mexicano. Durante uno de los pases que le daban, él y un amigo, se encontraron, en plena ciudad, a una muchacha hermosísima y comenzaron a seguirla. Y resulta que era una ‘gata’, como se le llama en México a las domésticas, que trabajaba en casa de un profesor de música.
“Al ellos irrumpir en la sala, sin más ni más, les salió el profesor y preguntó qué buscaban. Inmediatamente, para disimular, dijeron que querían probarse la voz. El hombre comenzó a hacerles ejercicios vocales y, al final, dijo: Usted no sirve para el canto —defiriéndose a su amigo y, luego, miró a Jorge—. Pero usted puede llegar a ser un gran cantante si se lo propone. Y así le descubrieron por puro azar.”
—¿Qué hacía el galán al salir del teatro?
“Él había estado en Cuba antes de ser famoso porque trabajó en nueva York con Eliseo Grenet y este le embulló a que conociera la Isla. Por esa razón, al terminar cada función, frecuentaba aquellos lugares de la primera vez; bares, cabarets, pequeños restaurantes, pero siempre bien tarde en la noche para no ser reconocido y gozar de cierta intimidad.”
—Dijo usted que luego del incidente con su hermano nunca más se hospedó en el Hotel Nacional. ¿Superticioso?
“¡Uf! Antes de salir a escena meditaba mucho en su camerino y luego se persignaba. Llevaba siempre consigo una bolsita de medallas donde convivían la imagen de la Virgen del Carmen, la de la Caridad, la de Guadalupe… y jamás la soltaba.
“Recuerdo una vez en que la dejó olvidada yéndose a España. Me telefoneó de inmediato y pidió: Corrales, búscala debajo de la tierra y envíamela urgente que sin ella no puedo cantar. Corrí entonces a la carpeta del hotel Sevilla y allí estaba en un pantalón olvidado. Fui entonces al aeropuerto y se la di a un capitán de una aeronave que volaba a Madrid. Para el hombre fue un honor llevar el encargo y me imagino de Jorge debió recompensarle muy bien porque era un hombre muy generoso. Luego volvió a llamar y me dijo: Corrales, ¡ya estoy entero! ¡Tengo en mis manos la bolsa!
—Además de su criado dice usted haber sido su amigo. ¿Hubo alguna vez momentos tensos? ¿De discusión?
“Nuestra relación era muy profunda. Tanto que, en ocasiones, me pedía consejos y al legar al camerino siempre me entregaba, en un pañuelo envueltas, sus joyas y su billetera que yo guardaba hasta finalizar la función.
“Pero una noche, al yo entregarle sus pertenencias, me dice: Aquí falta el anillo de brillante. Se me unió el cielo con la tierra como se dice. Ahí está lo que usted me dio, le respondí. Y Jorge volvió a acusarme: ¿Dónde lo metiste? Rojo como la grana, acusado de ladrón, le riposté: Yo no tengo necesidad de eso. ¿Por qué había de hacerlo ahora? Y se entabló una discusión muy fea.
“Villegas, que estaba presente y sabía de sus despistes, corrió al hotel y lo encontró en el lavabo de su habitación. Se lo entregó y Jorge, lleno de vergüenza, me abrazó. Ese incidente nos hizo más amigos y nunca más desconfió de mí.”
—¿Y nunca le propuso irse con él?
“¡Bah! ¡Montón de veces! Quería que le acompañara en todas sus presentaciones. Tal vez yo era su otro amuleto. Quiso llevarme a vivir a España, a México para que yo estudiara. Pero yo era menor de edad, tenía solo 16 años, y mi madre se negó.”
—¿Y no existe ninguna foto de usted con él?
“En aquel tiempo yo ni soñaba con ser fotógrafo. Mi trabajo era en la oscuridad del camerino, entre bambalinas. ¡Si llego a tener conciencia de su valor claro que me retrato!”
—Entonces tengo que creerle a usted por lo que me cuenta, le pregunté socarrón y achicando los ojos me quiso fulminar con su mirada.

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